- La historia reciente y los debates con la memoria.
¿De qué hablamos cuándo hablamos de “historia reciente”?
Los debates entre historia y memoria.
Historia y memoria comparten el mismo objeto y la misma preocupación: el pasado. Ambas existen en tanto son portadoras de un discurso sobre aquello que ya no está pero que sucedió; de aquello que tiene existencia en el pasado pero que es rememorado y pensado en el presente.
El historiador italiano Enzo Traverso parte del planteo del filósofo francés Paul Ricoeur para afirmar que la historia es parte de la memoria y que al momento de constituirse como campo de saber debe “...liberarse de la memoria, no rechazándola sino manteniéndola a distancia. Un cortocircuito entre historia y memoria puede tener consecuencias perjudiciales para el trabajo del historiador. (2012: 23)
Esta afirmación parte de la idea del estatuto matricial de la memoria en relación a la historia, en la medida que la primera se encuentra en el origen de la segunda y es a partir del registro de la memoria que la historia puede constituirse como campo disciplinar.
De cierta manera, el esfuerzo de distinción realizado por Pierre Nora, da cuenta de la presencia de la memoria en los orígenes de la historia y de la necesidad que una tiene de la otra. En su texto Les lieux de mémoire[1], el historiador delimita con claridad cada uno de estos espacios, es así que afirma que: “Memoria, historia: lejos de ser sinónimos, tomamos conciencia que todo los opone”.
En ese tomar conciencia de la oposición es que debería visualizarse que si la memoria es la vida y está en evolución permanente, “abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones, capaz de largas latencias y repentinas revitalizaciones”; la historia es una representación del pasado, es “la reconstrucción siempre problemática e incompleta de lo que ya no es”. La memoria se “nutre de recuerdos borrosos, empalmados, globales o flotantes, particulares o simbólicos; es sensible a todas las transferencias, pantallas, censuras o proyecciones”. Sin embargo, la historia al ser considerada como una operación intelectual, está atravesada por el análisis crítico. Y tiene, a su vez, una fuerza laicizante, en tanto tiende a desacrilizar los recuerdos que la memoria santifica. (Nora, pp. 20-21)
Nora retoma el planteo de Maurice Halbwachs para afirmar que la memoria emerge de un grupo siendo un elemento identitario y fusionador del mismo. Esta característica supone la existencia de múltiples memorias en tanto cada grupo es portador de su propia memoria. Como sostiene el sociólogo francés, la memoria colectiva
…es una corriente de pensamiento continuo, de una continuidad que no tiene nada de artificial, ya que del pasado sólo retiene lo que aún queda vivo de él o es capaz de vivir en la conciencia del grupo que la mantiene. Por definición, no va más allá de los límites de este grupo. (Halbawachs, Memoria colectiva. P 81).
Es en este sentido que Nora logra contraponer la historia a dicha memoria, en tanto la primera “…pertenece a todos y a nadie, lo cual le da vocación universal”. (Nora, P. 21), el mismo planteo que realiza Halbawachs, para quien la historia se ubica por fuera de los grupos y “no duda en introducir en el curso de los hechos divisiones simples, cuyo lugar se fija de una vez para siempre”. (P 82). En esta misma línea el historiador francés sostiene que la historia solo conoce lo relativo mientras que la memoria es un absoluto que se enraíza en lo concreto.
De esta forma nos encontramos con una postura teórica definida que sostiene la existencia de una oposición entre la memoria y la historia y que advierte de los riesgos que existen al confundirlas y no establecer las distinciones necesarias entre ambas.
Por su parte, Enzo Traverso sostiene que este tipo de oposición “radical” representa una “operación peligrosa” ya que puede conducir a pensar que ambas son incompatibles. En este caso el autor sostiene que si bien es necesario precisar la distinción, las mismas comparten muchos elementos en común y forman parte de los procesos de elaboración del pasado.
Una definición clara de esta distinción es esbozada por el autor cuando afirma que la memoria se compone de un conjunto de recuerdos que tanto pueden ser individuales como forjados por un grupo y retomando la noción de memoria colectiva sostiene que se trata de “representaciones colectivas del pasado que se elaboran en sociedad” y que siempre están matizadas por el presente.
Pero la historia “es otra cosa” afirma Traverso, si bien también se encuentra mediada por el presente, se trata de un trabajo de reconstrucción y de interpretación del pasado (2011b); es “una puesta en relato, una escritura del pasado según las modalidades y las reglas de un oficio (…) que intenta responder a cuestiones que la memoria suscita. La historia nace entonces de la memoria, luego se libera para poner el pasado a distancia…”. (2011a. P. 21).
El papel del olvido
Otra categoría que se vuelve indispensable incorporar en el marco de pensar la relación entre la historia y la memoria, es la de olvido.
La posibilidad de acercarse al pasado, ya sea por su rememoración o por el ejercicio de su puesta en relato exige que el olvido haga su trabajo. La recuperación de un recuerdo implica el olvido de otros; la escritura de la historia comienza con un acto de selección donde se jerarquiza y donde para que unos hablen otros deben callar, como señala Michel de Certeau. Por lo tanto el olvido es parte de la memoria y de la historia.
Para Ricoeur existen varias formas de olvido, una de ellas es denominada “olvido de reserva” y es a dónde se recurre para rescatar los recuerdos, las imágenes del pasado. El olvido estaría significado como una cantera de memoria y posee un carácter positivo.
Cabe mencionar que la hegemonía y trivialización de la memoria han colocado al olvido en un lugar de culpabilidad. En ese sentido es que Ricoeur expresa que: “El olvido es percibido primero y masivamente como un atentado contra la fiabilidad de la memoria. Un golpe, una debilidad, una laguna. La memoria, a este respecto, se define, al menos en primera instancia, como lucha contra el olvido.” (2008. P: 532)
Asimismo Tzvetan Todorov (2000) señala que la recriminación al olvido se ha extendido debido a la generalización de la oposición memoria- olvido; donde la memoria aparece asociada a la resistencia a los totalitarismos que se desarrollaron en el siglo XX.
Quizás por ello, es que se hace necesario rescatar la idea de que la dicotomía señalada es, en cierto sentido, una falacia; dado que olvidar y recordar son prácticas que no pueden desligarse. Para poder encontrar ciertos recuerdos, para que la memoria pueda materializarse es necesario olvidar; ya que un relato sin olvidos, sin una selección (así sea inconsciente) es inenarrable. Por supuesto, que ambos autores dan cuenta de ciertos mecanismos ladinos del olvido, aquellos que tienen como función el silenciamiento u ocultamiento de ciertos aspectos del pasado.
En esta misma línea, pero más enfocada a la dimensión de la memoria, Michael Pollak (2006) plantea la existencia de las memorias subterráneas, como aquellas que han sido silenciadas o expulsadas de los relatos pero cuya insistente persistencia las hace emerger en distintos momentos. La idea de subterraneidad también está presente en el planteo que elabora Enzo Traverso al respecto de las “memorias débiles”. Como bien señala Pollak todos los recuerdos tienen zonas de sombras y silencios, espacios donde se produce lo no- dicho. La memoria subterránea se ubica en los márgenes de lo indecible, se vuelve entonces, inaudible. Su frontera colinda con el espacio de la memoria constituida y por ende, hegemónica.
Traverso (2011) sostiene que al no existir barreras infranqueables entre memoria e historia es que surge “una relación privilegiada entre las “memorias fuertes” y la escritura de la historia. (P: 60) Pero esta relación de privilegio no es, necesariamente, directa, “no se trata de establecer una relación mecánica de causa y efecto entre la fuerza de una memoria de grupo y amplitud de la historización de su pasado” (P. 61) Este tipo de elaboración responde al predominio de un relato hegemónico, que provoca la formación de lo que Garretón (2003) ha llamado memorias fragmentadas e incompletas.
Como señala Michel De Certeau (1999) la historiografía se constituye en función de hacer inteligible lo “otro” estableciendo una frontera que divide el lugar del decir del otro que se encuentra en este caso, en el pasado. Así se separa el presente del pasado, pero este corte supone la voluntad de separar. Y esa separación también implica la acción de olvidar. Para que el discurso que se construye permita elaborar una representación comprensible para el presente, se opera en el pasado en base a un criterio memorístico: se selecciona qué debe recordarse y qué debe olvidarse. Y aquí nuevamente asistimos al problema de quién posee la potestad de dirigir esta capacidad selectiva. Cuando la misma está orientada a fines políticos partidarios voluntarios, entonces la memoria y/o el olvido conspiran contra la historia.
Utilizar el olvido o la memoria como mecanismo para reconfigurar el pasado en base a una representación ideológica de éste, es un peligro que siempre está latente. De allí la necesidad de una actitud de alerta que es habilitada por el distanciamiento.
Es por ello que resulta imprescindible abordar las distintas formas de olvido que plantean tanto Ricoeur como Todorov, como una actitud de alerta epistemológica que permita desentrañar las formaciones discursivas de la historia y de la memoria y el rol que ambas juegan en el presente.
Julio Aróstegui (2004), trabajando sobre la memoria de la guerra civil española, expone que la formación de la memoria colectiva siempre está ligada a los intereses de quiénes la expresan, por lo que, tanto los recuerdos como los olvidos son representativos de dichos intereses. En ese sentido, nos habla de la no- memoria, que es el “intento de expulsión de ciertos hechos fuera del bagaje completo de la memoria” (p. 38). Este intento de expulsión deja en la oscuridad determinados contenidos del recuerdo y en ese sentido, Aróstegui advierte que lo olvidado cobra, entonces, un valor fundamental.
Es así que existe un uso del olvido que se vincula con la manipulación de la memoria y con la forma narrativa que ésta adquiere a nivel, por ejemplo, historiográfico. En este caso, Ricoeur señala: “antes del abuso hay uso, es decir, el carácter ineluctablemente selectivo del relato. (…) El relato entraña por necesidad una dimensión selectiva” (2008, p. 572). Y es en esa dimensión selectiva donde opera el olvido. Por ello las estrategias del olvido están incrustadas en la configuración narrativa del pasado. El peligro que entraña el relato es el olvido “ladino” aquel que “proviene de desposeer a los actores sociales de su poder originario de narrarse a sí mismos” (2008, p. 572). Cuando existe una intención de omisión, de eludir determinados fragmentos del pasado, el olvido es activo y quien reconstruye los recuerdos olvida de forma negligente.
Si bien los distintos tipos de olvido que presenta Ricoeur tienen consecuencias políticas, los olvidos vinculados a la manipulación de la memoria se enmarcan dentro de una intención política de no- recordar, de no encontrar. Y como el mismo autor sostiene hay una voluntad de no investigar para silenciar, podríamos agregar que en muchos casos, esa voluntad obedece a la instalación de un discurso considerado válido que no se reconoce a sí mismo como “silenciador”, sino que actúa por la fuerza del propio campo. Las consecuencias políticas del olvido deben analizarse a la luz de la voluntad de olvidar. Cuando los olvidos son impuestos por una voluntad política de ocultamiento, la memoria debe ser recuperada para comprender el sentido que poseen esas omisiones. (Todorov, 2000). De esa forma comprender lo no dicho, alumbrar lo silenciado, nos otorga la posibilidad de historizar esa memoria y elaborar una reconstrucción histórica que dé cuenta de esos vacíos al tiempo que intente, de cierta forma, llenarlos y pensarlos críticamente.
Historia y memoria y la construcción del campo de la historia reciente
En este caso, el abordaje de las discusiones teóricas acerca de la relación entre historia y memoria nos permite indagar sobre un campo específico del conocimiento histórico, el de la historia reciente. Para ello es importante historizar el proceso de construcción de dicho campo abordando cuestiones relativas a la temporalidad y a las diversas posibilidades metodológicas que se despliegan para poder trabajar sobre el pasado cercano.
Marina Franco y Florencia Levin señalan que una de las particularidades del pasado reciente reside que éste se encuentra “…alimentado de vivencias y recuerdos personales, rememorados en primera persona”, siendo un pasado que se encuentra en “permanente estado de actualización” (2007. P: 31). Este estatuto de “abierto” complejiza la operación historiográfica, en la medida que ésta intenta cerrar ese pasado para poder abarcarlo y escriturarlo. De allí que pueda abrirse el espacio para discusión acerca de este punto, lo que permite trabajar tanto la dimensión de la temporalidad como las distintas conceptualizaciones acerca de qué es la historia y cuáles son las características de esa forma específica de conocimiento.
Por otra parte, el pasado reciente está atravesado por su condición de “traumático”, se fue configurando bajo el llamado “canon del Holocausto” y está plagado de eventos que conmocionaron profundamente a la humanidad, no tanto por su novedad o atrocidad, sino porque acaecieron en el corazón de occidente y desafiaron a una identidad forjada en los valores de la modernidad (LaCapra, 2005- 2009). En este mismo camino es interesante revisitar el término de catástrofe (Gatti, 2008) para reflexionar sobre los efectos que los eventos traumáticos generan en el mundo de las víctimas, pero también de quiénes quedan excluidos de ese “grupo” y de las formas de representar (si es posible) el horror padecido.
Es así que, desde la dimensión traumática de este pasado nos acercamos a la presencia de un protagonista fundamental: el testigo. Y aquí nuevamente las disputas entre la historia y la memoria se harán presentes y claramente visibles.
La emergencia del testigo nos conduce a trabajar sobre los alcances y los límites del testimonio, la metodología de la historia oral y el problema de las fuentes para la elaboración de la historia reciente. No en vano, el auge memorialista se desarrolla en el campo del pasado cercano, ya que en muchos casos las únicas rutas de acceso que se pueden transitar para llegar a éste están representadas por las memorias de los protagonistas, por la palabra de los testigos. Así la memoria se vuelve útil y fundamental para la reconstrucción histórica (Jelin, 2002).
Nos hallamos inmersos en la “era del testigo” (Wieviorka, 1998) donde la palabra del “sobreviviente” se transforma en una verdad inapelable que no admite intervenciones, su voz es la voz del pasado y el presente no puede hacer otra cosa que no sea escuchar. Franco y Levin (2007) señalan las precauciones que debe tener un historiador a la hora de trabajar con el pasado cercano. En ese sentido es que se interpela el papel del testimonio y del testigo dando cuenta de la necesidad de historizar los discursos testimoniales en el momento de enunciación de los mismos al tiempo que recomiendan al investigador hacer un uso instrumental del testimonio que conlleva a preservar la memoria del testigo sin ser complaciente con ella. Esta advertencia resulta de lo más apropiada en tiempos donde la irrupción de la memoria ha colocado al testimonio en un lugar sacralizado y por momentos incuestionable.
Las fuentes orales, al igual que las escritas, presentan ciertos desafíos para su interpretación y nos obligan a reflexionar en forma permanente para operar críticamente sobre ellas. Una particularidad de la historia oral es que la fuente se construye en el momento de la entrevista o cuando la misma es divulgada como testimonio. En ese sentido, es importante tener en cuenta las dificultades que representa trabajar con los testimonios de los sobrevivientes y protagonistas de pasados traumáticos. Como bien señala Dora Schwarzstein los testimonios son productos culturales complejos que “incluyen interrelaciones entre memorias privadas, individuales y públicas; entre experiencias pasadas, situaciones presentes y representaciones culturales del pasado y el presente” (2001, p. 73). Es así que la entrevista se transforma en documento, en narración del pasado y su análisis debe integrar las herramientas clásicas del trabajo del historiador a la vez que debe tomar insumos del corpus teórico de los análisis narrativos. (Portelli, 1991)
Para trascender las disquisiciones teóricas se propone que los estudiantes trabajen con historia oral, como forma de acercarse al oficio del historiador y de poder comprender las dificultades y cuidados que esta herramienta implica.
En la sección “El testimonio en el aula” repasamos estos asuntos y sugerimos algunas actividades donde se entrecruzan estos planteamientos.
[1] La publicación de dicho libro reinstaló el debate historiográfico sobre la memoria a partir de los años 80 del siglo pasado.
[2] Fue realizada el 5 de abril del 2005 por los historiadores Juan Francisco Fuentes y Javier Fernández Sebastián. Fue publicada en “Revista de Libros” en el 2006.
[3] Cabe aclarar que el tópico de distanciamiento ha suscitado diversos debates en cuanto a la posibilidad de la historia reciente. No abordaremos aquí dicha polémica, pero es importante mencionarla ya que la misma permite el abordaje de distintas temáticas que se cruzan en el curso, como ser la temporalidad y la relación entre pasado- presente y futuro. Al mismo tiempo su tratamiento permite analizar el proceso de construcción de la historia reciente como campo de conocimiento y los problemas metodológicos que la misma representa.
[4] El texto de María Inés Mudrovcic “Regímenes de historicidad y regímenes historiográficos: del pasado histórico al pasado presente” resulta sumamente esclarecedor y la síntesis allí realizada permite un acercamiento a diversos autores que han pensado y discutido sobre el tema.
[5] No nos corresponde ahora ingresar en el debate en torno a la explicación / comprensión y a las distintas formas explicativas que pueden utilizarse en el campo de la historia.
[6] En esta dimensión se abren las puertas de otra polémica que ha a atrevasado al campo historiográfico: historia y narración; tampoco nos compete aquí desarrollar este debate, pero es importante señalar que es uno de los referentes ineludibles a la hora de pensar la escritura de la historia.
[7] Por ejercitación historiográfica entiendo la realización de actividades que promuevan la lectura crítica y atenta de las “representaciones historiadoras”, el acercamiento al oficio del historiador a través de aplicaciones prácticas y de trabajos que permitan implementar distintas dimensiones del proceso de investigación histórica.