5.1. Orientaciones para el trabajo con testimonios en clase

Las potencialidades del uso de los testimonios en clase

Desde hace ya unos años, la producción de testimonios se ha desarrollado ampliamente en nuestro país. El puntapié inicial puede ubicarse en el colectivo de ex presas políticas que, en 1997 comenzó a trabajar por la construcción de sus memorias, a través de diferentes talleres. En el marco de esos talleres se realizaron varias publicaciones entre las que se destacan tres tomos de recopilaciones de testimonios de mujeres titulados Memorias para armar, publicados entre el año 2000 y 2003 y otra obra colectiva De la memoria al desolvido, publicada en 2002. Estas publicaciones, así como audiovisuales documentales permitieron rescatar parte de la memoria colectiva de las mujeres y además lograron despertar nuevas memorias sobre todo entre aquellas que creían no tener nada para contar. Esto nos ha permitido a los docentes, comprobar que la dictadura tuvo efectos sobre toda la población y no solamente sobre los involucrados más directamente como presos políticos, exiliados, desaparecidos. Cuando estos trabajos son presentados en talleres, por ejemplo, han provocado que algunas personas acepten por primera vez que ellas también experimentaron efectos del terrorismo de Estado, aunque no hayan estado presas, ni torturadas. Y también reconocen que hasta ese momento no habían logrado concientizar o no habían podido verbalizar esa situación.

Todos estos trabajos testimoniales tienen otro aspecto positivo y es el rescate de la memoria de los sin voz, es decir de aquellos “héroes anónimos”, que, generalmente no entran en los libros de historia, pero que también son los que hacen la historia. Rescatar, por ejemplo, la memoria de los obreros que ocuparon los lugares de trabajo como respuesta al golpe de Estado, la de los estudiantes que vieron caer a sus compañeros en una manifestación o aquellos otros que se animaron en 1983, junto a los trabajadores a luchar por la recuperación democrática. El rescate de esa memoria es una tarea valiosísima que todavía hay que seguir profundizando.

¿Qué puede aportar el testimonio en una clase?¿Qué es lo que hace pertinente su uso en una clase? ¿Qué es lo que nos permite, como profesores, convertirlo en información documental? 

El testimonio rescata al individuo, al otro, que vivió un proceso histórico determinado y nos permite mostrar la historia desde la vida misma, desde sus verdaderos protagonistas, los hombres y mujeres de a pie, los de todos los días, los de la vida común y corriente. Nos permite, en cierto sentido, salir de la historia de los grandes protagonistas y analizar la de los individuos anónimos; pasar del “acontecimiento histórico” a la cotidianeidad. Nos permite incursionar en los problemas, los temores, las alegrías, los sentimientos que tenían muchas de las uruguayas que vivieron durante la dictadura civil militar. Nos ofrece, además, la posibilidad de complejizar el estudio del pasado porque esas memorias convertidas en relatos no son homogéneas: son también ellas, memorias en conflicto. En definitiva, nos permite empatizar con el pasado y sus protagonistas.

La empatía puede permitirnos dar un salto cualitativo para, una vez inmersos en el relato, poder despegarnos de él, de la vivencia personal que se está narrando y poder pasar a otras categorías más generales, más históricas. Poder acercarnos al otro no busca necesariamente identificarnos con él ni, a través de un mecanismo anacrónico, confundirnos con él, sino situarlo en su contexto y estudiarlo inserto en ese contexto.

El trabajo con estos testimonios posibilita señalar la debilidad de la línea que, a veces, separa el espacio público del privado y cómo ambos se invaden y se retroalimentan mutuamente. Probablemente si en lugar de desarrollar un largo discurso sobre las características de un sistema totalitario en un lenguaje muy abstracto que se le escapa al estudiante, empecemos una clase, entregando una serie de testimonios para que, a partir de ahí, sean los propios alumnos los que deduzcan que el terrorismo de Estado llegó a todos los intersticios, lograremos una mejor transposición didáctica. Y a partir de sus deducciones será más fácil llegar a la caracterización de los sistemas totalitarios. Es otro camino posible para llegar al mismo lugar: la enseñanza de un contenido histórico a través de una actividad procedimental y respetando la alteridad.

Consideramos que el testimonio, entonces puede ser una herramienta fundamental para acercar el pasado a las nuevas generaciones y, esa cercanía puede posibilitar que los estudiantes encuentren un sentido a la enseñanza que se está produciendo en la clase. Creemos que, en muchos casos, las dificultades que se instalan en una clase, están vinculadas a la distancia que se produce entre los contenidos de enseñanza y el mundo en el que viven los estudiantes. Al no encontrar sentido a las actividades que proponemos en una clase, es mucho más difícil construir conocimiento. Para que pueda producirse esa construcción, los estudiantes deben estar interesados, involucrados, deben encontrar cercanía con esos contenidos de enseñanza que los docentes ofrecemos. Es tarea nuestra, entonces, buscar los mecanismos para promover esa cercanía, para dotar de herramientas y estrategias para que se produzca una buena enseñanza. 

Ayuda también, a terminar con el maniqueísmo históricamente insostenible de la teoría de los dos demonios, muestra con claridad diáfana que la represión no se lanzó solamente sobre los grupos de guerrilleros o movimientos armados sino sobre la población en su conjunto y que abarcó todas las franjas etarias y sociales.

 

¿Cuáles pueden ser los riesgos del uso del testimonio?

En principio, consideramos que, al llevar un testimonio al aula, corremos los mismos riesgos que con el uso de cualquier otra fuente, pero en forma más agravada, en parte por tratarse de una fuente extremadamente subjetiva y también, en el caso al que estamos haciendo mención, por referirse a un período histórico que nos interpela muy de cerca.

El primer problema que hay que evitar es la idealización del pasado al confundir el relato memorioso con la investigación histórica y darle status de Verdad. Es beneficioso, en algunos casos, para comprobar la subjetividad de la narración, mostrar errores en esos relatos: a veces se encuentran datos que no pueden ser verificados o que directamente son equivocados. Los testimonios también pueden distorsionar la realidad y esa distorsión puede o no ser intencional. Aquí, justamente lo interesante es trabajar  “con el ‘sentido’ que es posible extraer de un documento que miente. La mentira es también fuente de la historia” (Aróstegui, 1995:351) Y analizar todos los matices posibles entre el olvido, la visión borrosa de la experiencia vivida por el protagonista, la intención de obviar algunos detalles o la de resaltar otros.

Ese relato debe estar contextualizado, eso significa que el testimonio debe presentarse como cualquier otro documento que se lleva a una clase, con todos los datos que se pueda obtener y sometido a los “requisitos metodológicos” que debo utilizar para trabajar con cualquier fuente, al decir de Aróstegui (2000: p.165). Esto implica poder explicitar la idoneidad de la misma, contextualizarla, contrastarla con otras fuentes, poner en discusión su fiabilidad, y sobre todo, hacerle preguntas. En este último aspecto radica una de las principales riquezas de la fuente y en el caso de la utilización en clase esa riqueza se multiplica ya que las preguntas no serán solamente las que el testimonio me puede provocar a mí como docente sino también todas las que puede disparar en los estudiantes.

Un riesgo más sutil del trabajo con el testimonio es el de caer en la idealización de la víctima y en la “malignificación” de los victimarios; en definitiva, el caer en una simplificación del pasado y mostrar una visión maniquea, un juego entre buenos y malos. Pero aquí, cabría la pregunta si eso es un riesgo del uso del testimonio en sí mismo o de la forma de concebir la historia y en definitiva, de la forma en la que el docente organiza su propio relato de clase. Muchas veces parece tentadora la posibilidad de mostrar a algunas víctimas de la represión como personas ajenas a determinados proyectos políticos que implicaron el uso de la violencia, para agrandar la barbarie de la represión, cuando en realidad el hecho que se trate de guerrilleros o activistas de la lucha armada, no justifica en lo más mínimo, las acciones represivas a la que luego estuvieron sometidos, ni las violaciones a los derechos humanos cometidas por el terrorismo de Estado.

Tampoco es aceptable banalizar y comercializar el relato, es decir utilizarlo como puede hacerlo un mal programa de comunicación masiva. No se trata de hacerlo público para mostrar el detalle del horror, cayendo en muchos casos en una cuestión morbosa y convirtiendo la clase en una reconstrucción barata del terrorismo de Estado. Consideramos que este es un riesgo muy fuerte en la enseñanza a adolescentes que, de acuerdo a nuestra experiencia, a veces parece que se sienten como   “atraídos” por los detalles que refieren, por ejemplo, a los métodos de tortura. El asunto es si nuestro interés como profesores apunta a enseñar esos aspectos del terrorismo de Estado o si los seleccionamos para que nos permitan mostrar las dimensiones de las violaciones a los derechos humanos cometidas.

En segundo lugar, creemos que tiene que ver con la distancia que guardan los estudiantes respecto a lo que nosotros insistimos en llamar historia del pasado reciente y que, para ellos es, en muchos casos, simplemente historia o pasado a secas. Los signos y símbolos que a determinada generación de docentes les transmiten emociones, que son marcas de la memoria, que les permiten, justamente, mantener viva parte de su propia vida, para  algunos  estudiantes pueden ser  ajenos, lejanos. No tienen los mismos significados, y por lo tanto no siempre pueden construir un sentido si no les damos las herramientas adecuadas para realizar esa construcción, si no l es damos las agujas para que puedan tejer su propia trama.

Algo similar pasa con las nuevas generaciones de docentes e investigadores, en cuanto a la distancia que guardan con ese pasado. Su mirada se despliega desde otro tiempo y otro lugar y puede resultar, por lo tanto, sumamente enriquecedora para la construcción historiográfica.