Noelia González, estudiante del proyecto.
Otra vez me veo entrando a una reunión virtual. En la pandemia, desde mi casa en Mariscala, Lavalleja, he sido parte de decenas de actividades de este tipo. No solo en las clases de la facultad, sino también porque soy parte del proyecto Sujetas Sujetadas y nos hemos visto obligadas a reemplazar los encuentros llenos de abrazos y emociones por salas de zoom. Pero, esta reunión tiene un sentido de identificación mayor para mí. No tratará de las experiencias más reflejadas en los libros y en la prensa sobre el terrorismo de Estado. Las reflexiones y anécdotas vendrán de mujeres que transcurrieron ese período siendo presas en pueblos del interior como el mío. En realidad, un poco más grandes que el mío. Mariscala, con menos de 2000 habitantes, suele jactarse de no haber sentido los eventos de la dictadura. Se puede escuchar a algunos contemporáneos a la época contando cómo no se podía hacer “esto o aquello”, o a algunas familias de fuerte creencia en el sistema político y democrático en las que no se estaba de acuerdo con el gobierno dictatorial. Pero, lo cierto es que en mi pueblo no hubieron grandes resistencias, o por lo menos no se habla de ellas. Sé que en los relatos de esta reunión encontraré esas “cosas de pueblo” que conozco desde chiquita, y quiero escuchar cómo se revisa el pasado desde las voces de “los de afuera” como suelen llamarnos en Montevideo.
Al igual que el tema principal de la reunión, los participantes están descentrados, cada uno desde su casa aguarda el comienzo de un conversatorio que promete reflexiones sobre las vivencias del terrorismo de Estado en las diferentes localidades del interior. Es 26 de junio, un día antes del 47 aniversario del Golpe de Estado, fecha que marcó uno de los hechos más relevantes de nuestra historia. Pero ni ese día, ni los anteriores, como tampoco los que siguieron, se vivieron igual en todo el territorio. En el interior, con su sociedad conservadora, con menos manifestaciones y menos información, la dictadura se sintió diferente que en la capital. Es por esto, que en el encuentro “Memorias descentradas” se intentó recabar las distintas experiencias que se vivieron en las ciudades y pueblos del interior durante la dictadura.
Los dos proyectos de extensión de la UdelaR que organizan este conversatorio tienen intereses en el período del Terrorismo de Estado, pero lo toman desde diferentes aristas. Sujetas sujetadas pone su centro en la transmisión intergeneracional de la memoria de las mujeres expresas políticas de la dictadura uruguaya. 1976, la llegada del Cóndor a las costas, un proyecto de extensión de la Facultad de Humanidades, tiene como objetivo la recuperación de memorias locales de las comunidades de Colonia y Rocha, en torno a las manifestaciones del terrorismo de Estado y sus consecuencias. En esta tarde de viernes se juntaron los dos objetivos, con un panel integrado por mujeres expresas políticas y por jóvenes vinculados a la militancia en derechos humanos relacionada a la experiencia de la dictadura. Todos ellos, provenientes de distintas partes
del interior del Uruguay y con muchas anécdotas que ilustran tanto lo sucedido durante el período dictatorial como los restos de memoria que quedan hoy en sus localidades.
La jornada se dividió en tres partes. La primera consistió en las reflexiones de dos mujeres que cursaron sus períodos de detención y cárcel en el interior: Cristina Ramírez y Liliana Pertuy. La segunda se centró en los relatos de los jóvenes panelistas: Gabriela Martínez, Sofía Mayo, Bruno Teliz y Gabriela Betancourt. Y por último, se abrió el espacio a las preguntas que fueron surgiendo en el chat por parte de la audiencia durante toda la reunión.
Como protagonistas de este período en el interior, Cristina y Liliana se fueron turnando para responder las preguntas disparadoras. Mientras Cristina da sus respuesta, Liliana asiente en cada relato que hace, entendiendo cada punto como una vivencia parecida a la suya. La primer pregunta disparadora fue: “¿Cómo se vivió la dictadura en su lugar de origen o residencia?”. Cristina es de Pasos de los Toros, cayó detenida en 1972 con las Medidas Prontas de Seguridad y la suspensión del derecho a la reunión, fue militante estudiantil y política. Su experiencia en los cuarteles de detención fue muy variada en materia de localidades: estuvo en Durazno, Paso de los Toros, Flores, Mercedes y Colonia, hasta que terminó presa en la cárcel de Paso de los Toros. Ella tenía tuberculosis y, por lo tanto, también estuvo presa en el Hospital Militar y más tarde en el Hospital de Punta Carretas. Por su enfermedad, la cruz roja logró sacarla en 1974, por lo que ella dice haber tenido una salida “temprana”. Esto le permitió ser testigo de los primeros años del gobierno de facto, antes de irse a Venezuela. Pudo experimentar cómo una sociedad “con muchos militares” como Paso de los Toros vivió la dictadura. Declaró entonces que pudo presenciar cómo el pueblo “no quería saber” lo que sucedía. Y relató la condena social que vivieron las familias de los presos y presas políticas. Aun así, ella quiere destacar a través de anécdotas de saludos disimulados o de maniobras para hacerles llegar las noticias, cómo había personas en el pueblo que se arriesgaban para solidarizarse con ellas, incluso cuando no pensaban de la misma manera. Liliana por su parte se recuerda desde siempre militante, y les contó a las miradas atentas que fue detenida con tan solo 16 años en 1975 con un grupo de menores de edad. Niños, niñas y adolescentes de 13 a 17 años que sufrieron diferentes tipos de torturas. Ella es de Treinta y Tres, y este grupo de “gurises y gurisas” “no fue aplaudido” por el pueblo. Además, como un acto de justificación sobre el hecho de apresar y torturar a un grupo de menores de edad, los militares sacaron un comunicado difamando a estos jóvenes culpandonos de cometer “actos aberrantes” como orgías, lo que en un pueblo conservador “entraba con una puntería bárbara” según Liliana.
La condena social no terminaba ahí. Liliana y su familia fueron obligados a irse del pueblo cuando ella salió de la cárcel. “A mí me echaron de mi pueblo, después de todo lo que pasé, porque era peligrosa y así le dijeron a mi madre, que teníamos 48 horas para irnos del pueblo.” Las consecuencias para las familias fueron muchas y fue este otro de los temas tratados por las panelistas. Cristina contó “el periplo” que sufrieron las familias de los presos, como ella, que fueron trasladados de un lugar a otro. Los viajes no eran iguales que ahora, eran muy pocos los que tenían auto, por lo que solían trasladarse en tren o en la Onda. Contó que en la cárcel de Paso de los Toros juntaron presos de todo el norte, el centro y el
suroeste del país, por lo que las visitas significaban un viaje muy largo para algunas familias, que a veces no lograban verlos. “Para las familias fue muy duro. Para las madres fue muy duro. Las madres, con la cabeza en alto, cargando sus paquetes y sus nietos. Llevando el dolor adentro pero no demostrándolo. A veces hartas, horas esperando para ver y a veces no llegaban. No derramaron lágrimas delante de los milicos. Las hicieron fuertes, buscaron y buscaron y buscaron a sus hijas.”
En los relatos acerca de la historia del pasado reciente de nuestro país suelen faltar dos aspectos de la realidad y Cristina lo resume en una frase: “El interior es olvidado y la mujer es olvidada.” Ambas expresas coinciden en que la condición de ser mujeres hizo que su experiencia fuera distinta y que en el interior “se agudizaba”. Al ser mujeres militantes, no solo desafiaban el mandato autoritario de los militares, sino el patriarcado, sin saber que lo hacían. Liliana cree que eran “las feministas de aquellas épocas, sin saber que lo éramos” y para Cristina hubo una condena social por ser mujeres que se salieron del “rol impuesto durante siglos”. Pero esto no solo las afectó durante el período dictatorial, sino que luego también ya que en los relatos posteriores fueron invisibilizadas. El hecho de ser mujeres militantes en el interior potenció el castigo y, posteriormente el olvido.
Así, las voces que protagonizaron la época del terrorismo de Estado, fueron dando paso a las voces que protagonizan la militancia sobre derechos humanos en el hoy. Comenzó el panel de la segunda parte Gabriela Martínez, docente y militante, vinculada a Rocha en su infancia y viviendo ahí hace 20 años. Ella nació en el 66, por lo que sus recuerdos de Rocha son en democracia, así como la primera elección luego del período de facto fue también su primera elección. Por esto, cuenta que presenció la gestación de la imposición de la impunidad. Y gran parte de las actividades de su vida han sido en pos de luchar contra esa impunidad y para contar la historia del pasado reciente desde los puntos que no se han contado antes. Contó a la audiencia, cómo ha recopilado algunos relatos de expresas, los cuales han tenido muchos puntos en común con lo declarado por Liliana y Cristina. Por ejemplo, realizó un documental llamado “Sonia, una mujer del lejano este” que recopila el testimonio de Sonia Fossati presa en la cárcel del Este. Tanto con Sonia, como con otras expresas le sucedió que al ser mujeres del interior suelen priorizar el cuidado de los hijos y de las personas cercanas, lo que trae como consecuencia la “postergación del relato”. Además, cuenta lo difícil que es para las personas del interior “ver el sistema completo” ya que se centran en las experiencias individuales.
Gabriela Betancourt fue la siguiente en contar su experiencia. Ella es militante social del colectivo “Jóvenes por la memoria” de la secretaría de sindicales y movimientos sociales de la Juventud Socialista, y es de Nueva Helvecia. Describió su ciudad como muy conservadora, y falta de lo colectivo. Con respecto a la dictadura, ella cree que hay “mucho desconocimiento”. Pero, también contó cómo durante ese período la ciudad se vio atravesada por dos sucesos que la marcaron ,un desaparecido: Escudero y la muerte de una militante: Nibia Sabalsagaray. Esta última era la prima y referente de Gabriela. Así, reflexionó sobre lo que ella llama “la generación del miedo” en la que incluye a su madre. Para ella, esta generación que va más allá de lo etario, quedó marcada por el miedo a la militancia, y contó como ejemplo la preocupación de su madre cada vez que ella salía a militar.
Los últimos panelistas fueron Sofía Mayo y Bruno Teliz, jóvenes de la organización “Jóvenes por la memoria” del departamento de Treinta y Tres. Primero habló Bruno, quien se conectó desde Ecuador donde está viviendo y trabajando como jugador de fútbol. Basó su relato en las diferentes experiencias que hubo en su colectivo a la hora de los primeros contactos con la memoria del pasado reciente. Como ejemplo, relató las experiencias que lo marcaron respecto a este período. En su infancia concurría al “Club Unión Barrio Artigas” y poco a poco se fue empapando en su historia. Este club fue desafiliado en la época de la dictadura con la “única justificación” de que su sigla fuera “CUBA” y que al representarse con la bandera de Artigas, tuviera los mismos colores que la bandera de Cuba. Aunque el club fuera anterior a la revolución cubana. “Era una expresión del barrio, arraigada a todo lo que lograron ir destruyendo, como la cultura y las organizaciones sociales”. Esta situación del club, lo llevó a la reflexión y a adentrarse en las cuestiones de la memoria. También quedó muy marcado por la historia de los jóvenes del 75, que tuvo como una de sus protagonistas a Liliana, quien escuchaba atentamente los relatos de sus coterráneos. Como parte del mismo colectivo que Bruno, Sofía Mayo contó cómo el grupo se fue dando cuenta de que los hechos del pasado reciente en Treinta y Tres no son tan conocidos en la sociedad como desearían. O que aunque sí se conozcan, existe una gran resistencia a aceptarlos. Bruno y Sofía reconocieron en los jóvenes mucha transmisión de la memoria y conciencia de las atrocidades. Pero, en las personas más grandes, es evidente la presencia generalizada de “la teoría de los dos demonios”, que justifica las torturas y represiones por parte de los militares como respuesta a la guerrilla tupamara. Además, Sofía contó sobre las actividades que hace su colectivo para la recuperación de la memoria.
Esta reunión virtual y descentralizada se desarrolló de la mejor manera, juntando relatos de ayer y de hoy, de diferentes edades y de diferentes localidades de nuestro país. Aunque estas historias siguen siendo contadas 47 años después, las miradas y escuchas atentas de los participantes de la reunión, dejaron clara la vigencia de estos relatos y la importancia de que sean contados. En vísperas del 27 de junio, fueron escuchadas algunas de esas experiencias que han sido invisibilizadas durante tantos años. Luego de algunas reflexiones finales, la reunión culminó con muchas voces diversas diciendo “chau y gracias” a la vez.