Sitio de las memorias

Lucía Silveira Almeda, estudiante participante del proyecto.

Uno, dos, tres, cuatro… dieciséis, diecisiete. Descanso. Diez escalones más. Prendida de la baranda y con los ojos cerrados subí los veintisiete escalones que separan el primer del segundo piso de La Tablada, sitio de larga historia que fue utilizado como centro clandestino de detención y tortura, y comando de la OCOA (Órgano Coordinador de Operaciones Antisubversivas) durante la dictadura cívico-militar uruguaya.


Ivonne Klingler nos espera arriba. Por un momento pensó que el ejercicio que había propuesto era bobo, pero varias lo hicimos. Nos guio una a una mientras subíamos los últimos escalones. Algunas no se animaron a cerrar los ojos, quizás por miedo a entrar en una historia de la que no pudieran salir. Atrás nos seguía Antonia Yáñez. Contaba Ivonne que, gracias a contar los escalones más el descanso que hay luego del diecisiete, supo que estuvo en La Tablada. Arriba esperaba lo peor.


Entre pasillos estrechos y paredes relativamente nuevas, nos contaron parte de su historia en el lugar. Decían que se había vuelto casi irreconocible, ¿a propósito quizás? Luego de ser centro de detención y tortura, fue transformado en cárcel de jóvenes (y más tarde de adultos), por lo que tuvieron que adaptar las instalaciones a su nuevo uso. Por las rejas sin ventanas entra un viento que eriza el cuerpo de cabeza a pies.


Bajamos nuevamente a lo que parece un salón comunal. “En el centro había sillas con gente encapuchada y con las manos esposadas atrás”, contaba Ivonne, y agregó que si alguien no podía mantenerse en la silla, lo llevaban a una de las celdas que hay a los costados, celdas en las que más adelante encontrarían una especie de cama precaria: una rejilla con una manta, y al lado una mesa con una silla “para que escribiéramos nuestra confesión”, relató.


Al mismo tiempo, el lugar era invadido por retratos de la memoria. El proyecto
Imágenes del Silencio se hacía notar en una exposición que ocupaba todo el centro que antes habrían ocupado sillas, como un laberinto de memorias a no olvidar. Pero también había fotografías en las puertas de las celdas: alzaban sus rostros las trece personas desaparecidas en La Tablada.


Entre anécdotas que contaban Ivonne y Lucy Menéndez y humor partimos caminando a encontrarnos con tres caminos que llevan el nombre de las tres mujeres desaparecidas: Amelia Sanjurjo, Célica Gómez y Carolina Barrientos. “El humor salva”, comenta una compañera del proyecto al cruzar el portón del lugar, mientras las risas calientan los huesos congelados por el frío.


A sus alrededores, el predio es extenso y vecinos y vecinas del asentamiento se acercan a acompañar y ayudar con la limpieza y mantenimiento del lugar. Después de generaciones de advertencias de no acercarse ni preguntar sobre La Tablada, de silencios sobre los acontecimientos que la rodeaban, se van despojando de los cuentos familiares para embarcarse en una búsqueda por un nuevo relato: construir una nueva memoria sobre las ya instaladas.