3. Orientaciones para el trabajo con la perspectiva de género en el aula

La memoria de las mujeres

¿Cómo incorporar la perspectiva de género en los relatos sobre el pasado reciente? 

En primer lugar es importante recordar que la historia se ha construído sobre discursos androcéntricos y que la mayoría de las categorías analíticas que han circulado en el espacio de las ciencias sociales y humanas, son funcionales a esa matriz masculina de la historia. 

Ello supone que la incorporación de nuevas perspectivas implique un profundo desafío epistemológico que no se resuelve con la mera inclusión de los “sujetos” omitidos u olvidados. 

Para profundizar en este dilema historiográfico puede consultarse el texto de Gisela Bock.[1]

En términos didácticos, el trabajo de Antonia Fernández Valencia,[2] aporta una mirada interesante sobre la posibilidad de pensar abordajes de enseñanza que se construyan desde esta perspectiva. 

 

Un repaso general 

La historia de las Mujeres como campo de la historiografía surge en el contexto de la segunda posguerra, donde la disciplina comenzó a preocuparse y a ocuparse de los grupos que habían sido omitidos o marginados de la historia. Desde el impulso de la historia social y de la llamada historia desde abajo, se abrió la puerta para que ingresaran a los relatos diversos agentes históricos que no habían encontrado lugar en la trama. Se asiste, pues, a la ampliación del sujeto histórico y con ello se produce una gran renovación en cuestiones metodológicas y teóricas que implican fuertes transformaciones epistemológicas.

En el caso de la historia de las mujeres es importante comprender que sus origenes están estrechamente ligados al movimiento feminista, donde se produce un campo de lucha que desde el presente presiona para que el pasado sea pensado en una clave más igualitaria. En los años 70 se produce un quiebre cuando irrumpe en la historia el concepto de género, que luego será sistematizado en el clásico texto de Joan Scott, que resulta una referencia ineludible. 

“... el “género" fue un término propuesto por quienes afirmaban que el saber de las mujeres transformaría fundamentalmente los paradigmas de la disciplina. Las estudiosas feministas pronto indicaron que el estudio de las mujeres no sólo alumbraría temas nuevos, sino que forzaría también a una reconsideración crítica de las premisas y normas de la obra académica existente. Nos damos cuenta -escribieron tres historiadoras feministas- de que la inclusión de las mujeres en la historia implica necesariamente la redefinición y ampliación de nociones tradicionales del significado histórico, de modo que abarque la experiencia personal y subjetiva lo mismo que las actividades públicas y políticas. No es demasiado sugerir que, por muy titubeante que sean los comienzos reales, una metodología como ésta implica no sólo una nueva historia de las mujeres, sino también una nueva historia (Scott,1986, p.2).

El objetivo de restituir las mujeres a la historia abrió la posibilidad de pensar en el rol fundante de las relaciones que se tejen entre los géneros y todos los dispositivos y estereotipos que se configuran en torno a las mismas. De esta forma, se agudiza la mirada sobre el camino que hemos recorrido para llegar al presente.

En lo que se refiere a la memoria de las mujeres, presentamos un fragmento del artículo “Gritos y silencios” de Alonso- Larrobla, donde la pregunta que se busca responder es si existe una forma de recuperar el pasado que responda a una mirada femenina.  


 

¿Existe una memoria femenina?

Ante todo, son mujeres.[3]

Elizabeth Jelin, plantea que hay una imagen que domina la escena durante las dictaduras que es claramente femenina, cuando hablamos de organizaciones de Derechos Humanos, siempre nos estamos refiriendo a Madres, Abuelas, Viudas, etc., buscando a sus hijos, compañeros, esposos. Las que buscan son mujeres –que aparecen como víctimas indirectas- a los hombres combatientes. Las mujeres han aparecido en la escena pública como portadoras de la memoria social de las violaciones a los Derechos Humanos. Pero, ¿dónde se encuentra la memoria de las mujeres militantes? Si bien, la diferencia de participación entre hombres y mujeres en el movimiento estudiantil o en los grupos armados, no era significativa, podemos decir que cuando nos referimos a las memorias de estos procesos, si nos encontramos con un escenario esencialmente masculino. Una segunda imagen plantea Jelin, está representado por prisioneras mujeres jóvenes, embarazadas, pariendo en condiciones de detención clandestina, para luego desaparecer. La imagen, va asociada con la lucha posterior de las Abuelas por saber el paradero de esos niños secuestrados a quienes se les falseó la identidad. Frente a ambas imágenes, del otro lado, están los militares “desplegando de lleno su masculinidad”.[4] Según dicha investigadora, “el contraste de género en estas imágenes es claro, y se repite permanentemente en una diversidad de contextos. Los símbolos del dolor y el sufrimiento personalizados tienden a corporizarse en mujeres, mientras que los mecanismos institucionales parecen pertenecer a los hombres”.[5] También es cierto, que las dictaduras del Cono Sur tuvieron especificidades con respecto al género. Como hemos visto los impactos fueron diferentes entre hombres y mujeres. Por citar solamente un ejemplo, para el caso uruguayo, del total de ciudadanos detenidos- desaparecidos: 128 son hombres y 39 son mujeres. 

  Con respecto a la memoria, un primer análisis de los testimonios recogidos, permiten señalar que los recuerdos de mujeres posibilitan la descripción de escenarios diversos del pasado reciente, dónde no sólo se presentan sus experiencias militantes, sino también importantes aspectos de la vida cotidiana, los afectos, la maternidad, etc., elementos ausentes en los discursos masculinos. Es así que estas memorias abren distintas puertas de entrada al pasado y permiten romper con una memoria dominada por los trayectos político-militantes. 

 Con la experiencia de Memoria para Armar,  “confirmamos que las mujeres contamos distinto. El relato de los hechos se alimenta de lo vivencial, lo cotidiano. Las mujeres recordamos más los detalles, hablamos de las relaciones personales, tenemos menos reparos en mencionar dudas, culpas o miedos.  El conjunto de los testimonios nos permite dimensionar del terrorismo de Estado que debe medirse no sólo en la gravedad de los crímenes cometidos sino en la amplitud y profundidad del control social ejercido. También nos permite ampliar el relato del pasado que es visto en general desde una perspectiva masculina. Los testimonios muestran mujeres que irrumpen en el ámbito público a veces asumiendo conscientemente roles considerados tradicionalmente como masculinos ingresando a organizaciones sindicales, políticas o político-militares y también a mujeres que lo hacen empujadas por las circunstancias y que fueron politizando su actitud a partir de esa experiencia como el caso de las madres de presos y desaparecidos.”[6]

                        Elizabeth Jelin, afirma que en la medida en que la socialización de género implica prestar atención a diversos campos sociales y culturales, es de esperar que esto se refleje en las prácticas del recuerdo y de la memoria narrativa.  Elena Zaffaroni, sin embargo, señala que: “llegamos a la conclusión de que no había una memoria de mujeres, había una manera de contar pero no de recordar. Que estaba más marcado por el lugar de militancia, el lugar de origen, una trayectoria más biográfica que de género. Una manera de contar, que si es cierto que por ahí resaltaba más las cosas cotidianas. (…). El tema género no lo planteábamos antes, teníamos una visión muy machista. (…) No eras hombre o mujer, eras militante (…).”[7]

En estos mismos relatos, Ofelia Fernández (militante del Partido Comunista del Uruguay, detenida en 1976 y luego liberada) hace referencia a la diferenciación que implicaba ser mujer. Pero el sentido de mujer está estrechamente ligado al rol femenino consensuado socialmente: el de las madres- presas. Este era “uno de los aspectos más altos de la política represiva dentro del Penal y también estrechamente vinculado a nuestra condición de mujeres, de nuestras particularidades como tales”. Ofelia se detiene a narrar las inclemencias perpetradas a las madres que se encontraban detenidas: “Se trabaja sobre el punto débil más notorio: los hijos[8]. (Fernández. 1981: 78)

      En este punto podemos observar cómo se revela una preconcepción claramente definida de lo femenino basado en la maternidad. Lo más específico y particular que puede desmoronar a la presa política: su condición de madre. He aquí la forma narrativa de representar el horror femenino; una forma de inscribir la diferencia de género que reproduce un modelo de discurso patriarcal.

Ello nos remite al planteo realizado por María Herminia Di Liscia, quien también se pregunta si es posible que exista una memoria femenina. ¿Cómo se constituye una cultura de las mujeres dentro del patriarcado, donde no hay palabras y significantes propios?[9] La imposibilidad de pensarse dentro de otras categorías analíticas que no sean las social y académicamente impuestas ha sido una de las viejas preocupaciones de los estudios tanto feministas como de género. Y es una cuestión visible en los testimonios de muchas de las mujeres. No se trata de una elección de lugar o de rol consciente, es una forma de pensar y de pensarse que trasciende lo individual. Por ello en varios testimonios se insiste sobre la particularidad femenina referida a la maternidad.

Cerca de 30 años después, la maternidad reaparece como parte crucial de la experiencia concentracionaria. El libro “Maternidad en Prisión”[10] reconfigura el rol de las madres que dieron a luz en las cárceles y que se mantuvieron junto a sus bebes por un tiempo determinado. Aquí la maternidad se entiende como un factor que permitió vencer el horror, éste queda subsumido a una fuerza visceral capaz de resistir las marcas físicas y sicológicas. Podemos decir entonces, que esta diferenciación también se visualiza en el aspecto represivo, aunque la represión directa a las mujeres podía estar radicada en tanto militantes, no debemos dejar de señalar que también fueron víctimas por su identidad familiar. “La identificación con la maternidad y su lugar familiar, además, colocó a las mujeres en un lugar muy especial, el de responsables por los malos caminos y desvíos de sus hijos y demás parientes. (...). Eran ellas quienes tenían la culpa de transgresiones de sus hijos; también de subvertir el orden jerárquico “natural” entre hombres y mujeres. Los militares apoyaron e impusieron un discurso y una ideología basada en valores familísticos. La familia patriarcal fue más que la metáfora central de los regímenes dictatoriales, también fue literal.”[11]

 

Algunas apreciaciones finales

El horror femenino aparece representado desde diversos lugares y parece depender del momento en que los testimonios fueron producidos y los objetivos que se perseguían con esa puesta en palabras de los episodios traumáticos.

De los intentos primarios de suspender la memoria subjetivizada en aras de encontrar testimonios universales que pudieran ofrecer al mundo las miserias sufridas por los presos políticos de la dictadura uruguaya, se fue llegando al espacio de recuperación de las memorias personales. Esas memorias silenciadas en su dimensión más trágica que comienzan a hacerse oír cada vez con mayor fuerza, instalan en la agenda pública, una arista por demás compleja del terrorismo de Estado, que nos hace preguntarnos si ahora la sociedad uruguaya está preparada para aceptar también esta dimensión del horror que no fue capaz de evitar. 

Las mismas entrevistadas hacen acuerdo con esta línea, y señalan: “por eso los relatos del pasado siempre serán bienvenidos y nunca serán suficientes, pero serán inútiles si no son escuchados.  Se hace necesaria la reconstrucción en paralelo de ese sentimiento de identidad y pertenencia a una misma comunidad que hace que la violación a los derechos del otro sea sentida como una violación a los propios”.[12]


 

Violencia sexual bajo el terrorismo de Estado

Otro de los ejes específicos de esta guía reside en problematizar y trabajar con una de las formas del terror desplegado por el Estado en tiempos de dictadura, nos referimos a la violencia sexual. En este caso las reflexiones se circunscriben al campo de las mujeres, pero es relevante mencionar que la violencia sexual no fue solo aplicada a los cuerpos femeninos sino que fue uno de los mecanismos de tortura desarrollados de forma sistemática a los detenidos políticos más allá de su condición de género. 

En primer lugar es importante señalar que este tipo de violencia refiere a todas las acciones de contenido sexual a las que es sometida una persona ya sea por medio de la fuerza o “amenaza del uso de la fuerza, coacción, temor a la violencia, intimidación, opresión psicológica o abuso de poder.[13]

La memoria de estos episodios traumáticos tiene su propia historia y responde a una suerte de ciclo caracterizado por el silenciamiento de aquellos recuerdos de vejación y dolor. Hay varios textos que nos ayudan a comprender estos procesos, algunos de ellos más vinculados al estudio de la memoria como el de Michel Polak, y otros enfocados directamente en el asunto en cuestión, como la compilación de María Sondéreguer o el libro uruguayo Las Laurencias. 

    Del último libro mencionado, presentamos unos fragmentos del capítulo de Carla Larrobla, que pueden ser útiles para pensar el proceso de silencio y rememoración que forman parte de los problemas a la hora de abordar episodios traumáticos:

Paul Ricoeur[14] sostiene que las formas individuales del olvido están confusamente unidas a las formas colectivas, en ese sentido, hay olvidos que responden a un mandato social de lo que debe olvidarse. Dichos mandatos operan de forma silenciosa al tiempo que silencian lo que no quiere escucharse. 

Estas supresiones forman parte de las trampas que ofrecen los relatos, pero los eventos traumáticos por su condición de tales permanecen, incluso, cuando parecen inaccesibles.  

Los olvidos actúan como negaciones y operan sobre lo que es posible recordar. De esta manera obstruyen el camino de lo rememorado y aparecen los vacíos. 

“Nosotras lo negábamos. Hablábamos de la tortura, pero teníamos la idea de que las violaciones habían sido casos aislados. Toda la parte de la violencia sexual te rebaja más, la tortura es más digna… increíblemente. Lo sexual es la parte más desagradable contigo misma, es la parte en la que te sentís más sucia…”[15]

    Estos sentimientos que aparecen reiterados en los testimonios reflejan el factor culpabilizador que genera el acto de violación sexual. “Una cosa es que te torturen, otra cosa es ser parte de la fiesta”. La más repulsiva de las humillaciones parece estar representada por la violencia sexual en su expresión como violación… El horror se desplaza desde lo sufrido al posible placer causado al verdugo. 

    Marta expresa que nunca tuvo conciencia de la violencia sexual; que el no poder imaginar que eso sucedía generó que nunca tuviera miedo al respecto. Entonces narra una historia que sucedió en el Cuartel de La Paloma: “éramos siete mujeres. Se acerca un cabo se acercó a una de las muchachitas  y le dijo que si nosotras nos animábamos a levantarnos de madrugada nos podíamos bañar con agua caliente. Era invierno, estaba vestido con la ropa del uniforme y una capa por el frío. Nos llevó al baño que era como un galpón grande con vidrios rotos… y a los costados los ducheros. Primero no había agua caliente, segundo casi no salía agua… éramos siete mujeres desnudas frente al tipo que se paseaba lo más campante de un lado a otro… Nosotras… cuatro tratando de agarrar la gotita de agua, dos abrazadas y una gritando como loca…Yo nunca pensé en otro tipo de ataque.” 

    Esta experiencia recién puede ser recordada, luego de casi 40 años, en clave de violencia sexual. La ausencia de categorías que permitieran pensar estos episodios como parte de los abusos sexuales cometidos diariamente por las fuerzas de seguridad a las presas políticas configura un espacio de lo imposible de ser narrado. 

     

Algunas apreciaciones finales

El horror femenino aparece representado desde diversos lugares y parece depender del momento en que los testimonios fueron producidos y los objetivos que se perseguían con esa puesta en palabras de los episodios traumáticos.

De los intentos primarios de suspender la memoria subjetivizada en aras de encontrar testimonios universales que pudieran ofrecer al mundo las miserias sufridas por los presos políticos de la dictadura uruguaya, se fue llegando al espacio de recuperación de las memorias personales. Esas memorias silenciadas en su dimensión más trágica que comienzan a hacerse oír cada vez con mayor fuerza.  No obstante este rescate del sujeto, estas memorias dan cuenta de la sistematicidad con la que fue aplicada la violencia sexual, y nos coloca nuevamente ante la encrucijada social de comprender cómo no fuimos capaces de evitar el terror. Nos invitan a pensar en cómo el miedo se instituye como silenciador de los gritos que provienen de los “campos”. Nos obliga a escuchar y a preguntar. Coloca los pasados colectivos y traumáticos en el centro de la escena… nos interpela.

 

[1] La historia de las mujeres y la historia del género: Aspectos de un debate internacional. Gisela Bock Historia Social. No. 9 (Winter, 1991), pp. 55-77 (23 pages). Published By: Fundación Instituto de Historia Social. Acceso: https://www.jstor.org/stable/40340548

[2] Fernández Valencia, A. (2004). Las mujeres en la historia enseñada: género y enseñanza de la historia. Clio & Asociados (8), 115-128. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.10314/pr.10314.pdf

[3] Entrevista a  Isabel Trivelli realizada por las autoras.

[4] Jelin, Elizabeth. “Los trabajos de la memoria”, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2002. P. 99

[5] Ídem.

[6] Trivelli, Isabel. Ob. Cit. P. 1.

[7] Entrevista a Elena Zaffaroni realizada por las autoras.

[8] Fernández, Ofelia. “Testimonio de la mujer uruguaya en la Resistencia”, Revista Estudios N° 78, Moscú, 1981.

[9] Di Liscia, María Herminia. “Género y memorias”,  En: Revista La Aljaba Segunda época, Volumen XI, 2007.

[10] Jorge, Graciela y otros. “Maternidad en prisión política. Uruguay 1970-1980”, Montevideo, Ed. Trilce, 2010.

[11] Filc, Judith. “Entre el parentesco y la política. Familia y dictadura, 1976-1983”, Buenos Aires, Ed. Biblios, 1997.

[12] Trivelli, Isabel. Ob. Cit. P. 3

[13] Analía Aucía. Género, violencia sexual y contextos represivos. En: Analía Aucía y Otras. Grietas en el silencio. Una investigación sobre la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado.  S/e. Rosario, Argentina, 2011. P. 36

[14] Paul Ricoeur. La Memoria, la Historia, el Olvido. FCE. Buenos Aires, 2000.

[15] Entrevista a Gianella Peroni, Isabel Triveli, Marta Valentini, Elena Zafaronni. Realizada por Jimena Alonso y Carla Larrobla. 9 de noviembre de 2011.